Con movimientos autómatas se movía Bob, un solitario ciego de dulces fracciones y blancos ojos, cuando tropezó con un objeto metálico de pequeñas dimensiones que su bastón se había pasado por alto en su recorrido horizontal, barriendo el suelo.
Cuando esto paso sintió un extraño poder en el ambiente. Se sintió inseguro y empezó a tiritar.
Una tenue voz, burlona le habló a susurros. Le costó entenderla.
"¿Cuál es tu deseo?"
Sin pensarlo el dijo que ver. El deseaba ver lo que había en el mundo. Deseaba verse en el espejo y por fin conocer como era debido el mundo que lo rodeaba.
El extraño ser rió.
Rió con fuerzas.
Y al instante aparecieron unas rojas, y pequeñas, y siniestras pupilas en los ojos de Bob.
Cuando logró ver, Bob gritó.
Lo que había enfrente a él era un demonio.
"Amigo, has conseguido lo que querías, ver, pero yo he añadido un aliciente, para que todo esto sea más divertido.
Te he dado los ojos del mal.
A partir de ahora verás a los humanos tal como son realmente." - Y dicho esto desapareció.
La cabeza le estallaba. Veía sangre por todos lados, y su mundo, el cual había imaginado colorido y caluroso, resultó ser oscuro, y siniestro.
Allá donde quisiera que mirase sólo veía monstruos.
Unos eran minúsculos y tenían largos dientes. Se peleaban entre ellos con navajas, y como recompensa de su victoria, se comían el cuerpo putrefacto de su adversario. Vestían de corbata y en su mirada se veía el sufrimiento como algo normal.
Otros en cambio eran grandes. Se dedicaban a aplastar a todo lo que se encontrase por su camino, y a devorar las entrañas de jóvenes crías de otras razas.
Había quienes arrastraban los cuerpos de sus semejantes en señal de victoria, dibujando amplias sonrisas, y quienes mataban por placer, abandonando el cuerpo del ser una vez que no respiraba, buscando una nueva presa.
No podía ser.
¿Cómo podía haber vivido tantos años en un mundo así, en un mundo donde se reprime al inferior, en un mundo donde los iguales se mataban, donde el asesinato era un deporte?
No era cierto.
Él tenía que ser diferente.
Corrió a su casa.
Cuando llegó a su edificio subió las escaleras de tres en tres y fue corriendo al baño a mirarse en el espejo.
Tres segundos, sólo tres y se arrancó los ojos.
No podía ser, él era el peor monstruo de todos.
De sus cuencas oculares salieron gusanos que le iban devorando pequeños trozos de piel de la cara.
Dolor, mucho dolor.
Se lanzó contra el espejo, que se partió en minúsculos cachos que le rajaron el cuerpo entero.
Tras 10 minutos de sufrimiento y de retorcerse por el frío suelo de baldosa de su baño murió.
Estaba escapando del infierno