Flotaba entre el cielo y el suelo sin tener su lugar en la tierra.
Brillaba, pero sólo unos cuantos sabían admirar su belleza.
Respiraba odio, y cuando expiraba, salía amor de sus pequeños pulmones.
Siempre acudía a su cita en el horizonte sin pedir nunca explicaciones, y sin tener nunca compañía.
Era la solitaria de la noche, y él lo sabía.
Lo sabía demasiado bien.
La adoraba y en los atardeceres enloquecía.
Enloquecía, y en un afán de llamar la atención de su amada, se clavaba cientos de puñales, esparciendo su sangre al horizonte.
Danzaba canciones de guerra, y maldecía a una estrella envidiosa.
Estrella que codiciaba la atención de los seres humanos.
Estrella destinada a morir día tras día.
Estrella gracias a la cual un día la noche y el atardecer se conocieron.
amasando! ja-pan 23-26
Hace 12 años
1 comentario:
Que maravilloso relato!!
que mal es ser esclavo de los malos sentimientos... seria bien ser esclavos de los buenos y así poder respirar la verdadera libertad.
Namasté.
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